La esquina de Carlos - El Playero Digital

martes, 21 de marzo de 2017

La esquina de Carlos

  Diez Pesos e’ Caña.Carlos J. Díaz Gómez
  
Elpídio Gómez no aguantaba ya el dolor en su espalda y fundillo, esto por el calido metal de su asiento, la parte trasera de La Ford F150 del ‘73 le servia de espaldar y el picante sol hainero era su capota. 


  La travesía había durado siete horas, desde el lejano Higuey hasta ese insalubre Puerto sureño, de su estomago, la galletita con chocolate de agua se había esfumado, es como que nunca hubiese pasado por ahí, el hambre atrasada es así, la cual este hombre arrastraba por años.

  A él solo le importaba llegar a casa y ver su única joya, Yoliet.

   Una mujer Haitiana, 33 años mas joven que él, la había conocido en uno de los tantos bateyes que visitaba, era de color Tosco, nariz brusca y pelo motoso, pero a sus 52 años eran las curvas y nalgas de esta que le motivaban, sentía que con ella había recuperado el vigor y la lascivia ida a destiempo.

  Solo con recordar como hace  seis años se la había comprado a sus padres para hacerla suya esa misma noche, el disfrutaba desde su inocencia pestilente,  hasta su color nocturno que contrastaba con el suyo los demás Mocanos.

  En la carretera seis de noviembre, a la altura de Najayo, cual país desarrollado, hizo una tranferencía de la parte de atras de la guagüita a un moto concho, este lo llevaría a su carrandal.

 El corazón le latía mas fuerte con cada kilómetro, en uno de sus  bolsillos los siete mil pesos en el, delataban  el fruto de su esfuerzo, en el otro, dos capsulas de Viagra chivateaban sus intenciones y a la vez su debilidad.

  Elpídio dentro de su galantería chula, le pidió a su chofer que lo dejase en la pulpería de la esquina, como refuerzo para sus pastillas compro una libra de arenque, 50 pesos de plátanos y dos mabies de limón.

  Así empezó a caminar las dos esquinas que lo separaban a él de su amada Yoliét.

  Ya la cadera ni ninguna parte de su cuerpo le dolía, cuando faltaba una esquina producto de la pastilla que se había discretamente tomado  en la pulpería, su bragueta se abulto de tal forma que por vergüenza se puso la bolsa de arenque en frente de ella para disimular lo obvio.

  Al fin veía su casa de madera azul y zinc. Era sencilla, una salita, una puerta que trancaba desde adentro, la cual separaba su habitación de la misma, al otro extremo de su habitacion , una ventana y una puerta conducían al patio donde la cocina , letrina, perro y sus dos puercos completaban su palacio.

  La emoción de entrar a su casa solo fue contenida por la rareza de ver la puerta de su paliza’ semi abierta, acaso no sabia la morena que por ahí se podían escapar sus puercos?

  Fue a cerrarla pero algo mas grande atrajo su atención, era un sonido emanado desde habitación, tan fuerte que escapaban las paredes de maderas pinchadas, se acerco sin hacer ruido y mas claramente lo oyó.

  Oía ruidos muy familiares en ella, pues así como para comer quenepas hay que poner el pico de la boca para alante, para comer caña y sus sustraer de ella su dulce liquido o guarapo hay que masticarla y a la vez chuparla con la boca casi  abierta, esto creando un atrevido sonido morboso. 

  Cinco minutos pasaron y la zafra no paraba, en su mente y corazón la gran pregunta: 

  Derribo la puerta del patio por sorpresa o entro por la parte de alante haciendo bulla y tocando la puerta del dormitorio?
  La respuesta a una de esas dos preguntas cambiaría su vida para siempre, cualquiera que fuese.

  Elpidio Gómez a sus 52 años tomo la decisión que la vida le había preparado para tomar, caminó a su portón, lo cerró y grito, Yoliet!
 
  En ese momento, no para su sorpresa paró la zafra, se oyó un reperpero y el sonido indiscutible de una ventana que se abre con desesperación, dio unos pasos mas toco la Puerta y su belleza nubia apareció detrás del siempre infiel pestillo, al abrir la puerta su cuerpo sudado y en semi desnudo se le abalanzó , lo beso, ella temblaba pero no de amor sino de miedo, el no dijo nada pero no pudo ignorar que su cuarto ya olía a arenque.

   La abrazo, le dio el dinero ganado en su jornada, el arenque , los plátanos y un beso.

  Solo una pregunta le hizo, pues no pudo contenerla: 

cuando llegué oí un ruido extraño en el cuarto?

  La morena ya con la confianza que da la vctoria lo miro firmemente y le contesto: 
Ah, eso fueron diez peso ‘ caña que me estaba comiendo!

  Él, en su sabiduría entro a su cuarto, miro el piso, la cama y hasta abajo de ella, salio para la salita, se sentó en su mecedora, la miro a los ojos y con esa misma mirada silente le hizo una pregunta que nunca salio de sus labios, y los bagazos donde están?


                                                                                                      

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