
Cuando las personas nos lastiman, generalmente nos toma por sorpresa, especialmente si se trataba de un amigo cercano, un miembro de la familia o un amor. Es el tipo de dolor que daña lo más profundo de nuestro ser y que deja una cicatriz para siempre.
A menudo escuchamos la frase "el perdón no es para la otra persona, sino para ti" y no puede ser más cierta, por eso es importante aprender a perdonar aún cuando no te lo pidan.
Perdonar no es nada fácil, requiere mucha fuerza y madurez para hacerlo. Pero es posible y necesario. El perdón te ayuda a sanar y a superar. Si te aferras a las heridas del pasado, te quedas con el amargo sabor del rencor.
El orgullo no te lleva a nada y esperar a que el otro se de cuenta de lo mucho que te lastimó puede ser frustrante pues puede que nunca llegue. Por eso, ten la iniciativa y aunque creas que la otra persona no lo merece, perdónala. No tienes que escribir una carta, hacer una llamada o citarla en persona para hacerlo. Perdónala en silencio, desde lo profundo de tu alma; te darás cuenta de lo liberador que puede ser.
El perdón es poderoso, tiene el poder de sanar tu corazón, de levantar y establecer tu espíritu, de liberarte y reiniciarte. Eso sí, perdonar no significa que debas dejar que esas personas vuelvan a tu vida o al menos no como antes. Porque al final del día, hay personas que no cambian y que nos lastiman constantemente. No permitas que se convierta en un ciclo vicioso. Puedes perdonar a alguien por engañarte, por darte la espalda, por romper tu corazón, por no ponerte primero o por alejarse cuando lo necesitabas, pero eso no significa que tengas que confiar en esa persona otra vez.
La próxima vez que te enfrentes a la interrogante de perdonar o no a alguien, piensa en los momentos en que has lastimado a otras personas. Seguramente querrías que alguien más te otorgue la misma misericordia, ¿no?
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