Muertes sin sentido.

He visto dibujado el dolor y la importancia, en el rostro de personas amigas, cuando la muerte ha arrebatado a un ser amado, en circunstancias en que tal tragedia era prevenible.

Algunas muertes son extremadamente preocupantes, porque ocurren en clínicas y hospitales del País. El sistema está arropado por la insensibilidad humana, los seguros condicionan a los médicos a no internar, sino en casos extremos, eso explica, cada año, la muerte de decenas de niños por dengue, para poner sólo un ejemplo.

Otras muertes se deben a los manejos temerarios de los vehículos de motor. Los fallecidos en accidentes de tránsito abrumarian a cualquier sociedad, que tuviese una población parecida a la nuestra.

Las muertes de mujeres, hijos y parientes, en una escala alocada de familicidio, nos revela como una Sociedad dónde se ha degradado la base misma en que descansa nuestra cultura como nación.

Los muertos de la inseguridad ciudadana, víctimas de robos callejeros, ocupan otro capítulo de muertes sin sentido.

La alta tasa de suicidios por deudas, problemas de familia, depresión, rompen las fibras de nuestro entorno, a cada rato.

Las muertes asociadas a ingesta de drogas y estimulantes sexuales, se hacen cada vez más frecuentes.

Este cuadro, al que se pueden agregar otros tantos capítulos, debe llamar nuestra atención para enarbolar un discurso a favor de la vida, de la paz, de la responsabilidad ciudadana y de la seguridad pública.

Por Carlos Julio Feliz Vidal.