Sin llegar a
la embriaguez ni al exceso en los tragos por que no soy bebedor, observaba como la soledad se apoderaba
de mí y de tantos otros seres que como yo necesitan de un cambio, de una rotura
a lo habitual, a lo rutinario, para hacer de los espacios algo más placentero. Y
es que llegan momentos de pensamientos extraños, de deseos y ganas que pensamos
que los entornos ya no pueden dar o suplir.
Decidido a
cambiar esos pensamientos, pensamos darnos una vuelta y ver otros ambientes. Por
lo que dejamos el trago, que apenas llevábamos dos vasos, abrimos closet,
desempolvamos calzados y recurrimos al baño frio de la noche para adecuarnos al
circo cultural del cambio de fecha que cada año celebramos.
Sintiéndonos
ya más relajado, pero poco deseoso, encremado y perfumado, ataviado para lucir
en tal ocasión, nos vimos al espejo y sentimos que aquellos escenarios, los
otros ambientes, donde quería ver si nos podrían dar algo diferentes, también podrían
ser igual o peor que del que quería huir. Porque en los bares, drink, discoteca y coros muchas veces no nos dan un ambiente adecuado. Por lo que faltando horas para los
abrazos y felicitaciones, miramos la cama como otra opción para ablandar los
pensamientos de escape.
Por los que así
vestido, decidí esperar un rato más, era temprano todavía, para salir y dar de
mí mi mejor sonrisa, y me tire en la cama a buscar otros pensamientos que me
pudieran ayudar a adecuarme al circo. Me quite el calzado, me acomode, cosa de
arrugar la ropa y me dormí.
No sé a qué
hora tocaron las 12, ni si todos los vecinos se felicitaron o si hubo tiros al
aire, cuanto fueron los montantes explotados ni cuales abrazos faltaron. Que tarde
se acostaron todos, que música sonaba más, la de la iglesia cercana o las
bocinas de los carros o bares cercanos, solo sé que sentí la voz y el calor de
mi hijo diciéndome:” Que tiene viejito? Feliz Año Nuevo”. Y hasta este día que
las cosas se ven distintas, pero igual como cada día si así Dios quiere que
siga.
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