Estados Unidos. La idea era irme por dos años, ahorrar y hacer una casa propia, ya que vivíamos pagando renta.
Mi esposa, Ana, siempre había sido mi compañera de lucha. Llevábamos cinco años de relación, y teníamos dos hijos. Aunque el esfuerzo de estar separados era duro, ella siempre me apoyaba moralmente desde la distancia. Los primeros meses en Estados Unidos fueron difíciles. Trabajaba largas horas en la construcción, a veces más de 12 horas al día. Por las noches, aunque fuera solo por cinco minutos, los llamaba todos los días para decirles que estaba haciendo todo lo posible y que cada dólar que enviaba era para mejorar nuestras vidas.
Un día, Ana me llamó con una sorpresa: sus padres le habían dado un pedacito de terreno para que construyéramos nuestra propia casita. "Así no tendremos que pagar más renta cuando vuelvas del gabacho", me dijo. "Total, soy hija única, y ese terreno algún día será nuestro." Lo pensé mucho, pero después de varias llamadas y mensajes, accedí. Yo solo quería lo mejor para mi familia, y si eso significaba invertir en la construcción de nuestra casa, lo haría.
Con lo que ya le había mandado y los ahorros que había juntado en esos años de trabajo duro, le pedí a mi hermano un préstamo para completar el dinero y le envié todo lo que faltaba a Ana. Ella supervisó la construcción mientras yo seguía trabajando al otro lado de la frontera. Me emocionaba la idea de regresar y ver nuestra casita terminada. El sueño de tener un hogar propio me ayudaba a soportar los días más pesados, bajo el sol, y a veces hasta sin comer bien.
Finalmente, el momento llegó. Después de seis años en EE.UU., volví a casa con las manos llenas de ilusiones.
Inauguramos la casa con una gran fiesta y nos mudamos a nuestro nuevo hogar. Todo parecía perfecto. Pero, apenas un mes después de haber regresado, Ana me sorprendió con una noticia que me dejó en shock: me dijo que ya no sentía lo mismo por mí, que era mejor que nos separáramos y que debía irme de la casa.
No lo entendía. ¿Cómo era posible que en unas cuantas semanas se desmoronara todo lo que habíamos construido juntos, literal y figuradamente? Antes de que pudiera asimilar lo que estaba pasando, mi suegra llamó a la policía, y me sacaron como si fuera un extraño, como un , un intruso en la casa que yo mismo había financiado y construido mientras estaba en Florida.
A los pocos días, recibí una orden de alejamiento y otra para pagar la pensión alimenticia de los niños. Lo que más me dolió fue que Ana ya tenía a otro hombre viviendo en la casa que yo había construido con tanto esfuerzo. Me quedé sin hogar, con una deuda enorme y sin respuestas.
Ahora, mirando hacia atrás, no puedo evitar preguntarme: ¿Habrá sido todo esto un plan entre ella y sus padres? Ya que el hombre que Ana metió a mi casa siempre había sido muy querido por su madre, quien desde niño hablaba muy bien de él.
Me quedé sin nada. Me regresé a USA. Antes no tomaba, no fumaba, pero ahora lo hago todos los días. Siempre fui un hombre responsable, trabajador y cariñoso.
A veces me pregunto por qué algunas personas son capaces de actuar así, especialmente cuando uno ha sido un hombre de familia, responsable y trabajador. Nunca le faltó nada a Ana ni a mis hijos. Pero aquí estoy, pagando las consecuencias de confiar en la promesa de un futuro que nunca llegó.
Cuento mi historia para que otros no cometan el mismo error. Nunca construyas en terrenos que no son tuyos, y nunca confíes ciegamente, ni siquiera en aquellos a quienes amas. Espero algún día encontrar a una buena mujer.
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