
La opinión particular de un compueblano es que los barahoneros no son amantes de los negocios. Pero la realidad expresa que desde la niñez se acostumbró a acudír a comprar en pulpería, ventorrillo, platanera, barra, mercado y otros tipos de pequeños establecimientos.
Puede asegurarse que siempre hubo personas emprendedoras, se la buscaban con cualquier iniciativa productiva o económica. Sucedía que los inciadores carecían de capital porque no existían entidades financieras que respaldara y orientara a negociar con planes y organización.
Detrás de los salarios del Ingenio Barahona, Mina de Sal y Yeso, instituciones públicas y otras actividades se instalaron en la ciudad tiendas de propietarios de origen extranjero con la experiencia y habilidades adquiridas en sus países de origen y contando con poder económico captaron la mayor cantidad del circulante monetario, crecieron, engordaron y luego abandonaron a la población que les hizo más ricos por los elevados precios de sus mercancías.
Se entiende además, que un segmento importante de la población tuvo fuerte inclinación por la formación académica, quizás con la aspiración de ser empleados, desempeñarse como asalariados dejando de lado cualquier posibilidad de iniciativa comercial.
El espíritu de progreso ha estado siempre presente, ha motivado a mayor número de ciudadanos a poner en marcha ideas implementado nuevos proyectos o planes de negocio pero con la limitante de recursos financieros, falta del monto necesario y genrar operaciones rentables. Aún faltan pequeñas empresas para crear demandas insatisfechas y dinamizar la economía, áreas diversas que requieren ser explotadas frente a una creciente población.
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