Defensores del Monte de Venus
Centenares de hectáreas de monte de Venus
son inmisericordemente taladas cada día por millones de féminas que, armadas de
terribles prestobárbaras, convierten en desierto ese oscuro objeto del deseo
que el poeta Rafael Montesinos describe como “... esa ensortijada gracia
oscura/ cárcel de luz, recóndita angostura”.
Esta práctica aberrante, que atenta contra
la estética, el erotismo y la sensualidad, nos ha llevado a un grupo de varones
a constituir una organización no gubernamental (ONG) que hemos denominado
“Defensores del Monte de Venus”, cuyo objetivo fundamental es evitar la tala
despiadada de esa zona que el rey Salomón en su libro bíblico El cantar
de los cantares, capítulo 8, versículo 14, define metafóricamente así:
“Corre, amado mío, corre como un venado, sobre los montes llenos de aromas. Tu
ombligo es un ánfora donde no faltan vinos aromáticos. Tu vientre, un haz de
trigo rodeado de azucenas”.
Estos hermosos cantos del rey Salomón no
tendrían hoy fuente de inspiración. El panorama actual es aterrador. Las
prestobárbaras han convertido el monte de Venus, inspiración de poetas y
cantores, en desérticas dunas. Esa zona que a mediados del siglo XX
inspiró al poeta uruguayo Ángel Facal para decir: “... y tu vientre es una
ofrenda/ de los más dulces venenos,/ donde florece la felpa/ en un triángulo
perfecto”, ha perdido su encanto y apenas los Defensores del Monte de Venus
estamos encontrando las causas.
Hemos descubierto que esta práctica empezó
tímidamente con el acortamiento del bikini. El monte de Venus le fue cediendo
espacio a la prenda invasora y las mujeres fueron reduciendo el tamaño del
geométrico espacio del armiño. Matemáticamente la ecuación se fue configurando:
a menor tamaño del bikini, menor tamaño del área sembrada del monte de Venus.
Hasta ahí, la cosa era aceptable. Pero un día, por reducción al absurdo, el
bikini se convirtió en tanga y entonces el espacio para el peluche en el monte
de Venus se redujo a cero, con las tenebrosas consecuencias para la estética
del cuerpo femenino desnudo, del erotismo y de la sensualidad.
Un monte de Venus talado comienza a sufrir
una metamorfosis que todos los días atenta contra la estética y el erotismo. El
primer día de la tala su apariencia es rosada y podríamos decir, con mediana
ternura, que es como el “cachetito del Niño Jesús”. Los Defensores del Monte de
Venus las hemos clasificado como Cucas Barbies, por plásticas e
insípidas. Tres días después de la catástrofe ecológica, el “haz de trigo
rodeado de azucenas” del rey Salomón adquiere la apariencia de un cachete de
trompetista sin afeitar, con el agravante de que los folículos de los vellos
están enrojecidos como volcanes a punto de eructar. Este aspecto las ubica en
la categoría Cuca Galeras. Su color rojizo no provoca ni la vista
ni el roce de la mano. Al quinto día, la cúpula de estos volcanes se ha tornado
blanca y las clasificamos como Cuca Nevado. Su apariencia gélida
inhibe el beso tibio. De ahí en adelante va configurándose la que denominamos Cuca
Erizo, porque sus púas convierten cualquier tipo de acceso carnal en una
sesión de tortura. Hacerle el amor a una mujer en esta etapa es como fornicar
en el catre de un fakir.
La sensualidad, que es la manera más
rápida, efectiva y agradable de encontrar la felicidad, ha recibido un rudo
golpe de parte de las “Taladoras del Monte de Venus”. Para el sentido de la
vista, este triángulo equilátero ha perdido su encanto y los voyeristas están a
punto de la sublevación. El sentido del gusto no soporta el disgusto de una
Cuca Barbie, al del olfato le cambiaron los “montes llenos de aromas” por dunas
desoladas y el noble sentido del tacto ha perdido su vellocino de oro, su
vértice de visón, y ahora sólo cuenta con un desfiladero de espinas y de púas,
al que cualquier carnicero de Titiribí compararía con una banda de tocino. Un
monte de Venus acometido por el viento es música de hadas para el sentido del
oído. A monte de Venus talado, oídos sordos.
Ante esta situación insostenible, los Defensores
del Monte de Venus hemos iniciado una cruzada mundial contra esta práctica
aberrante. El primer paso será de persuasión. Pero si fracasamos, vendrán
terribles castigos para las taladoras. En adelante, la tala del monte de Venus
será causal de divorcio, de rompimiento de noviazgo, de no pago en prostíbulos,
de exclusión del portafolio de chicas prepago y de expulsión del reinado de
Cartagena. Finalmente, la que persista en esta antiestética práctica será
condenada a la del Desprecio, que es aquella que ejecuta el verdugo con la
lengua del zapato
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