Después de la tempestad viene la calma
Por Candida Figuereo
Era una adolescente cuando leí por primera vez, en un pequeño pedazo de papel que
llegó hasta mi, que "después de la tempestad viene la calma". Ese refrán
que recibí entonces tiene alcance ilimitado.
El
adagio en el papelito que recibí me lo
pasó un compañero de la escuela intermedia llamado Chichi, pero no lo escribió
él sino otro alumno de un grado superior de escolaridad dado a la lectura y la
declamación, quien en la adultez alcanzó el rango de profesor meritorio en la
más antigua y destacada universidad de la República Dominicana.
Conocida
esa moraleja, cada vez que se anunciaba un fenómeno natural me consolaba pensando que "después de la tempestad
viene la calma".
No
obstante se me antoja pensar que entonces fui muy limitativa, muy niña, hasta
que en la carrera de Comunicación Social en la Universidad Autónoma de Santo
Domingo (UASD), en la Cátedra de Periodismo de Interpretación que impartía en
ese momento el profesor Juan Bolívar Díaz, éste apreciado maestro dijo también
algo que tampoco he olvidado: "Hay que ver más allá de las narices".
Esto
último cambió mi forma de pensar y analizar los hechos, al extremo de que no
faltaron quienes en mi ejercicio profesional me tildaran de buscar las cinco
patas al gato porque no era conformista con lo que se me planteaba, sino que
seguía indagando y muchas veces indagar es "un pecado" que da lugar a
consecuencias perversas.
De
ahí que ver más allá de las narices tiene sus bemoles, lo mismo que "después de la tempestad viene la
calma". Ambos casos se pueden
aplicar a situaciones diversas.
Quien
se ahoga en un vaso de agua, como le
dicen a quien le da mucha importancia a un hecho trivial, esto le parece una
tempestad porque no ve más allá de las narices.
Igual ocurre cuando se ausenta del mundo terrenal alguien muy querido,
pues el pesar es tan profundo que se asimila a una tempestad.
Si
una relación personal concluye, por la nimiedad que sea, sientes que el techo
del universo cae sobre tu cabeza. ¿Por qué?
Porque no ve más allá de las narices. En el caso, claro, de un amor no
comprado, sino espontáneo que está por encima del dinero.
Si
el amor es comprado, tan pronto se agote el dinero te lanzarán al zafacón del
olvido y sentirás la mayor de las tempestades. Esto difícilmente ocurre si ves
más allá de las narices y elijes una
pareja que esté junto a ti en las buenas y en todas las malas cuando se agota
la bonanza.
La
votaciones, en cualquier tipo de elección, también provocan un parecido a las
tempestades. Lo importante en el momento de elegir es ver más allá de las
narices y, al final, viene la calma y
sigue el ajetreo cotidiano porque siempre al final del túnel hay luz.
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