Trozos y rollos de rocas extraídas a más de 200 metros de la superficie de la zona concesionada a la empresa minera canadiense Goldquest, en la loma El Romero, ubicada entre montañas de San Juan de la Maguana, no sólo tienen oro que brilla, sino también un alto contenido de cobre y en una mínima proporción también zinc y plata. Se trata de un impactante hallazgo minero polimetálico, pues contiene varios metales que han sido detectados en una misma área.
Los pobladores de la provincia San Juan, ubicada en la región Sur de República Dominicana, tienen una alta expectativa sobre lo que ocurrirá con el “oro de San Juan”.

Unos son perforadores, otros ayudantes y cortadores de chazos de piedra que luego son colocados en cajas de madera y almacenados para ser evaluados y codificados por los geólogos especialistas que trabajan de manera permanente en las instalaciones de la Goldquest y su subsidiaria dominicana Inex (Goldquest/ Inex) en Hondo Valle.
Las mujeres también tienen ocupaciones por paga.
Si la empresa llega a explotar el yacimiento a futuro, el número de empleos podrá superar los 1,000 puestos en una comunidad plenamente rural y de difícil acceso.
Ivelisse Piña es una comunitaria de la loma de San Juan, con apenas 20 años tiene dos hijos y un emba- razo en avance, que sólo fue al sexto curso de primaria.
Su marido, con un octavo curso y trabajos de labranza a cuestas hoy ambos tienen un trabajo distinto.
Ella lava ropas y realiza labores de aseo por una paga de RD$3,500 por semana, de manera rotativa, lo que siempre ocurre al menos dos veces por semana y le permite ganar RD$7,000 mensual apenas cruzando el río que tiene frente a su humilde vivienda, a pocos minutos del campamento donde residen los geólogos y otros empleados de la minera Goldquest.
Su marido Rafael, gana RD$22,500 mensual como ayudante de perforador.
Viven en medio de la naturaleza y con toda la limitación que esta implica.
Almuerzan en el campamento durante su jornada laboral, por lo que el dinero recibido como paga le permite ahorrar una cantidad considerable en un banco de San Juan. Sus hijos son dejados al cuidado de su abuela mientras dura el trabajo.
Sus expectativas son amplias, puesto que además del trabajo conseguido en la misma falda de la montaña donde han vivido siempre tienen una escuela para los hijos en edad escolar hasta el cuarto de básica, disponen de un programa de alfabetización para adultos y de un dispensario médico con una enfermera para los primeros auxilios, facilidad de transportación con los ingenieros y directivos de la compañía minera y un pequeño establecimiento que funciona como iglesia.
Para esta gente, como la familia de Ivelisse, la llegada de una empresa como la minera se ve una “misa de salud”. Servio Piña, hermano y vecino de Ivelisse también trabaja en el yacimiento de manera ocasional y complementaria a sus siembras de habichuela. Se gana RD$3,500 por semana como cortador de rocas. Sonríe y mira lejano al responder sobre su nivel de escolaridad con esa candidez que impregnan los bondadosos campesinos. Es que forma parte de las personas que está asistiendo a la escuela de alfabetización de adultos.
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