El precio de la honestidad
Por Cándida Figuereo
No
se nace con la cualidad de la honestidad ni esta se compra en botica. La misma
es fruto de la crianza que los hijos reciben de los padres o de las personas
que les crían si están separados los progenitores.
La
honestidad se enseña con el ejemplo y se ratifica con la palabra para que los
hijos sean mujeres y hombres abrazados a la honradez, pero es posible que en el
camino algunos se tuerzan, sean
fácilmente maleables.
Lo
anterior obedece a que todos no somos iguales. Perfecto Dios - decía mi madre y
concluía con este razonamiento: ¿Los dedos de las manos son iguales? No. Los
hijos tampoco son iguales, pero sus padres les quieren a todos por igual. Lo
importante es que les lleven por el camino correcto.
Son
añejas las referencias de grandes pensadores sobre la honestidad y a su valor
como principio humano. No pocas personas, criadas bajo esa premisa, suelen
decir tengo tranquila mi conciencia.
Tener
tranquila la conciencia produce bienestar espiritual. La honestidad se debe practicar
a nivel familiar, con los amigos, en el trabajo y en cualquier escenario donde se
comparta con los demás.
Es
frecuente que se aluda a la honestidad señalando que fulano o mengano es un hombre o una mujer principios
o serio por sus acciones de vida. Esto no se debe confundir jamás con un cara
dura que esconda en su interior a un vagabundo o un risueño a una persona muy
honesta.
Es
frecuente escuchar mira a fulano, tan serio que se veía y ha resultado un fiasco.
Igual dice Mateo 7.16: Por los frutos los
conoceréis.
En
fin, no se trata de una novedad, pero ayer como hoy persiste la "presión" tanto hacia quienes
practican la honestidad como al que delinque.
Cada
quien se sitúa en el bando que más le ajusta conforme a su formación. En estos
tiempos, y probablemente en todos los tiempos, el honesto es tildado de ser un "pendejo." Ni coge ni dice donde
hay. Pasó por equis puesto y siguió tan pobre como antes o viceversa.
En
cualquier cadena del quehacer laboral no es frecuente que el honesto ascienda
de puesto. Puede durar 30 años en una función y aunque se pregone su honestidad
desde la tierra hasta el cielo, su sueldo será menor a otros en igual función y
no subirá de peldaño, salvo que la gracia de Dios se enfoque en quienes tienen
esa potestad.
Y
es que el honesto no miente para faltar al trabajo, no tumba polvo ni dice
elogios que salen de la boca, pero no del corazón. Cumple su horario y función
aunque su superior esté o no presente, con lo que vela por el bienestar de la
empresa. En fin, se raja en su cumplimiento, pero es un "pendejo" y
el costo es no pasar del primer escalón operativo aunque tenga títulos,
experiencia y vocación .
Además
con frecuencia a los honestos les enrostran: "Eso te pasa por pendejo.
Nunca tendrás nada." Los sabedores del precio integridad simplemente reiteran:
Estamos tranquilos. A la vez hacen suyo lo que dijera en una ocasión Benito Juárez, "El respeto al derecho
ajeno es la paz."
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